lunes, 27 de enero de 2014

lo que ya no está


Contraelegía

Mi único tema es lo que ya no está
Y mi obsesión se llama lo perdido
Mi punzante estribillo es nunca más
Y sin embargo amo este cambio perpetuo
este variar segundo tras segundo
porque sin él lo que llamamos vida
sería de piedra.

José Emilio Pacheco

miércoles, 15 de enero de 2014

esa mujer tenía la memoria desafinada


Mujeres

decir que esa mujer era dos mujeres es decir poquito 
debía tener unas 12397 mujeres en su mujer 
era difícil saber con quién trataba uno 
en ese pueblo de mujeres 
ejemplo: 

yacíamos en un lecho de amor 
ella era un alba de algas fosforescentes 
cuando la fui a abrazar 
se convirtió en singapur llena de perros que aullaban 
recuerdo
cuando se apareció envuelta en rosas de agadir
parecía una constelación en la tierra 
parecía que la cruz del sur había bajado a la tierra 
esa mujer brillaba como la luna de su voz derecha 

como el sol que se ponía en su voz 
en las rosas estaban escritos todos los nombres de esa mujer menos uno 
y cuando se dio vuelta 
su nuca era el plan económico 
tenía miles de cifras y la balanza de muertes favorables a la dictadura militar 
nunca sabía uno adónde iba a parar esa mujer 
yo estaba ligeramente desconcertado 
una noche le golpeé el hombro para ver con quién era 
y vi en sus ojos desiertos un camello 

a veces
esa mujer era la banda municipal de mi pueblo 
tocaba dulces valses hasta que el trombón empezaba a desafinar
y los demás desafinaban con él 
esa mujer tenía la memoria desafinada 

usté podía amarla hasta el delirio 
hacerle crecer días del sexo tembloroso 
hacerla volar como pajarito de sábana 
al día siguiente se despertaba hablando de malevich 

la memoria le andaba como un reloj con rabia 
a las tres de la tarde se acordaba del mulo 
que le pateó la infancia una noche del ser 
ellaba mucho esa mujer y era una banda municipal 

yo 
compañeros 
una noche como ésta que
nos empapan los rostros que a lo mejor morimos 
monté en el camellito que esperaba en sus ojos 
y me fui de las costas tibias de esa mujer 

callado como un niño bajo los gordos buitres
que me comen de todo 
menos el pensamiento
de cuando ella se unía como un ramo
de dulzura y lo tiraba en la tarde 

Juan Gelman
Hacia el Sur y otros poemas

lunes, 13 de enero de 2014

no escribir más poemas


Justo cuando él había decidido no escribir más poemas, ella comenzó a cepillarse  el pelo.

Raymond Carver

lunes, 9 de diciembre de 2013

Is he still coming around like an injured bird needing a nest?


A place to rest his head in a song you'll regret





(Still you sleep in the very sheets he's been in) 


Damien Jurado, Sheets 

lunes, 16 de septiembre de 2013

Lolita, luz de mi vida






Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-lita: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del  paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta. 
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de  estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era  Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita. 
¿Tuvo Lolita una precursora? Por cierto que la tuvo. En verdad, Lolita no  pudo existir para mí si un verano no hubiese amado a otra... «En un principado  junto al mar.» ¿Cuándo? Tantos años antes de que naciera Lolita como tenía yo  ese verano. Siempre puede uno contar con un asesino para una prosa fantástica. 
Señoras y señores del jurado, la prueba número uno es lo que envidiaron los serafines de Poe, los errados, simples serafines de nobles alas. Mirad esta maraña de espinas. 

Vladimir Nabokov
Lolita.


jueves, 15 de agosto de 2013

sencillamente limpio y, pese a todo, indemne


Momentos felices

Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
--el pitillo en los labios, el alma disponible--
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro --sé que todo es fiado--,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
"Estaba justamente pensando en ir a verte."
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?



Gabriel Celaya
De claro en claro


domingo, 21 de julio de 2013

breve como el suspiro de una cabeza guillotinada




La francesa

Una mujer inteligente.
Una mujer hermosa.
Conocía todas las variantes, todas las posibilidades.
Lectora de los aforismos de Duchamp y de los relatos de Defoe.
En general con un autocontrol envidiable,
Salvo cuando se deprimía y se emborrachaba,
Algo que podía durar dos o tres días,
Una sucesión de burdeos y valiums
Que te ponía la carne de gallina.
Entonces solía contarte las historias que le sucedieron
Entre los 15 y los 18.
Una película de sexo y de terror,
Cuerpos desnudos y negocios en los límites de la ley,
Una actriz vocacional y al mismo tiempo una chica con extraños rasgos de avaricia.
La conocí cuando acababa de cumplir los 25,
En una época tranquila.
Supongo que tenía miedo de la vejez y la muerte.
La vejez para ella eran los treinta años,
La Guerra de los Treinta Años,
Los treinta años de Cristo cuando empezó a predicar,
Una edad como cualquier otra, lo decía mientras cenábamos
A la luz de las velas
Contemplando el discurrir del río más literario del planeta.
Pero para nosotros el prestigio estaba en otra parte,
En las bandas poseídas por la lentitud, en los gestos
Exquisitamente lentos
Del desarreglo nervioso,
En las camas oscuras,
En la multiplicación geométrica de las vitrinas vacías
Y en el hoyo de la realidad,
Nuestro absoluto,
Nuestro Voltaire,
Nuestra filosofía de dormitorio y tocador.
Como decía, una muchacha inteligente,
Con esa rara virtud previsora
(Rara para nosotros, latinoamericanos)
Que es tan común en su patria,
En donde hasta los asesinos tienen cartilla de ahorros
Y ella no iba a ser menos,
Una cartilla de ahorros y una foto de Tristán Cabral,
La nostalgia de lo no vivido,
Mientras aquel prestigioso río arrasaba un sol moribundo
Y sobre sus mejillas rodaban lágrimas aparentemente gratuitas.
No me quiero morir, susurraba mientras se corría
En la perspicaz oscuridad del dormitorio,
Y yo no sabía qué decir,
En verdad no sabía qué decir,
Salvo acariciarla y sostenerla mientras se movía
Arriba y abajo como la vida,
Arriba y abajo como las poetas de Francia
Inocentes y castigadas,
Hasta que volvía al planeta Tierra
Y de sus labios brotaban
Pasajes de su adolescencia que de improviso llenaban nuestra habitación
Con duplicados que lloraban en las escaleras automáticas del metro,
Con duplicados que hacían el amor con dos tipos a la vez
Mientras afuera caía la lluvia
Sobre las bolsas de basura y sobre las pistolas abandonadas
En las bolsas de basura,
La lluvia que todo lo lava
Menos la memoria y la razón.
Vestidos, chaquetas de cuero, botas italianas, lencería para volverse loco,
Para volverla loca,
Aparecían y desaparecían en nuestra habitación fosforescente y pulsátil,
Y trazos rápidos de otras aventuras menos íntimas
Fulguraban en sus ojos heridos como luciérnagas.
Un amor que no iba durar mucho
Pero que a la postre resultaría inolvidable.
Eso dijo,
Sentada junto a la ventana,
Su rostro suspendido en el tiempo,
Sus labios: los labios de una estatua.
Un amor inolvidable
Bajo la lluvia,
Bajo ese cielo erizado de antenas en donde convivían
Los artesanos del Siglo XVII
Con las cagadas de palomas del Siglo XX.
Y en medio
Toda la inextinguible capacidad de provocar dolor,
Invicta a través de los años,
Invicta a través de los amores
Inolvidables.
Eso dijo, sí
Un amor inolvidable
Y breve,
¿Como un huracán?,
No, un amor breve como el suspiro de una cabeza guillotinada,
La cabeza de un rey o un conde bretón,
Breve como la belleza,
La belleza absoluta,
La que contiene toda la grandeza y la miseria del mundo
Y que sólo es visible para quienes aman.


Roberto Bolaño
Los Perros Románticos.