martes, 23 de octubre de 2012

porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo



Oda a la Inmortalidad

Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.
Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
Que en mi juventud me deslumbraba
Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo.
En aquella primera
simpatía que habiendo
sido una vez,
habrá de ser por siempre
en los consoladores pensamientos
que brotaron del humano sufrimiento,
y en la fe que mira a través de la
muerte.
Gracias al corazón humano,
por el cual vivimos,
gracias a sus ternuras, a sus
alegrías y a sus temores, la flor más humilde al florecer,
puede inspirarme ideas que, a menudo
se muestran demasiado profundas
para las lágrimas.

William Wordsworth


domingo, 15 de julio de 2012

como el crujido de hojas secas



Algunos dicen que la palabra «odradek» precede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su etimología. Otros, en cambio, creen que es de origen alemán, con alguna influencia del esloveno. Pero la incertidumbre de ambos supuestos despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra.
Como es lógico, nadie se preocuparía por semejante investigación si no fuera porque existe realmente un ser llamado Odradek. A primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede sostenerse como sobre dos patas.
Uno siente la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el conjunto es absurdo, parece completo en sí. Y no es posible dar más detalles, porque Odradek es muy movedizo y no se deja atrapar.
Habita alternativamente bajo la techumbre, en escalera, en los pasillos y en el zaguán. A veces no se deja ver durante varios meses, como si se hubiese ido a otras casas, pero siempre vuelve a la nuestra. A veces, cuando uno sale por la puerta y lo descubre arrimado a la baranda, al pie de la escalera, entran ganas de hablar con él. No se le hacen preguntas difíciles, desde luego, porque, como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.
-¿Cómo te llamas? -le pregunto.
-Odradek -me contesta.
-¿Y dónde vives?
-Domicilio indeterminado -dice y se ríe. Es una risa como la que se podría producir si no se tuvieran pulmones. Suena como el crujido de hojas secas, y con ella suele concluir la conversación. A veces ni siquiera contesta y permanece tan callado como la madera de la que parece hecho.
En vano me pregunto qué será de él. ¿Acaso puede morir? Todo lo que muere debe haber tenido alguna razón de ser, alguna clase de actividad que lo ha desgastado. Y éste no es el caso de Odradek. ¿Acaso rodará algún día por la escalera, arrastrando unos hilos ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No parece que haga mal a nadie; pero casi me resulta dolorosa la idea de que me pueda sobrevivir.

Preocupaciones de un padre de familia
Franz Kafka

domingo, 27 de mayo de 2012

un espacio intemporal en el que nada sucede

La última noche en este lugar significa el fin de muchas cosas. Sostengo las llaves que mañana abrirán otras puertas. ¿Quién sabe lo que nos aguarda? En este preciso momento el tiempo no se expande, es algo más bien estático. Objetos e ideas suspendidos, inmóviles en el aire, a la espera de ses atrapados. Cada instante parece una eternidad.


Cuando te miro a los ojos, tu mirada no es un recuerdo, ni un pájaro que vuela, sino una visión infinita. Un túnel de amor que se introduce en ti. Un instante entre los dos dura para siempre. Fichas archivadas en la memoria, visiones sacadas de un sueño. Liguero negro y altas sierras. La copa, ahora llena, luego se vuelca y se derrama. 


Da la impresión de que han sucedido muchas cosas en este último mes. Otra estación se ha ido. Me invade la sensación pasajera de que todo es efímero, alterando mi sentido de la rutina. Dejando en su lugar una locura sin fin, una irrealidad en la que cualquier cosa podría suceder, un espacio intemporal en el que nada sucede. Al otro lado de a linea, en un cine mental donde los sueños y la consciencia se encuentran. Nada es imposible. Por ejemplo: me elevo sobre una masa de aguas doradas, por encima de las nubes. No es imposible, tengo ojos, tengo los ojos abiertos. 


Un torrente de luz: aún camino por las llanuras de Salisbury, escalo rocas en Berlín, paseo a medianoche junto al Foro romano, veo cómo florecen los árboles en Londres. Momentos congelados como instantes en el tiempo, no sólo en el mío, sino en todos los tiempos. Cada instante un fotograma proyectado al exterior que, congelado y fijo, cruza velozmente el infinito. ¡Cromos! ¡¡Mi héroe!!


La sola realización de los objetivos ya es una recompensa. Camino por un sueño salpicado de diversos exorcismos del alma. Ahora el tiempo pasará volando en una desenfrenada carrera por Europa. En la pantalla de mi mente, una imagen tras otra en continua sucesión. Cortes sólidos de tiempo se prolongan como gemas cristalinas en fragmentos que se expanden dando vueltas por el espacio. ¡Esto es el aprendizaje! En eso consiste la vida : recortar fotograma a fotograma de un carrete interminable. 

Lee Ranaldo
Road movies


Contigo, aunque me vaya, me he quedado


En esa alcoba nuestra del cariño
                                             A Francisco Brines
Breve fue la visita -nos urgían-
en la clínica adusta; interminable
en esa alcoba nuestra del cariño.
Tiene allí toda pena
y toda duración prohibido el paso.
Ni me voy ni te quedas: no se sale
de allí donde las almas se hacen una.
Te has venido conmigo, estás oliendo
el jazmín que cantaste de tu infancia,
con delicada voz maestra mía,
en esta noche nuestra de septiembre;
la rosa de tus noches yo la huelo.
Contigo, aunque me vaya, me he quedado. 
Dile al alba que vives,
que conmigo te vienes todavía
a decir de mil modos nuestro afecto.
Estos versos escribes, los desgrana
en mi boca tu boca, como ponen
mis manos en tus manos cuanto tengo,
y es solo una alegría de quererte
que no me quitarán,
pues lo llevo escondido en lo más claro.

                                       (4 de septiembre de 2010)

Vicente Gallego

jueves, 10 de mayo de 2012

Virginia Woolf, 28 de Marzo de 1941



Dearest,
I feel certain I am going mad again. I feel we can't go through another of those terrible times. And I shan't recover this time. I begin to hear voices, and I can't concentrate. So I am doing what seems the best thing to do. You have given me the greatest possible happiness. You have been in every way all that anyone could be. I don't think two people could have been happier till this terrible disease came. I can't fight any longer. I know that I am spoiling your life, that without me you could work. And you will I know. You see I can't even write properly. I can't read. What I want to say is I owe all the happiness of my life to you. You have been entirely patient with me and incredibly good. I want to say that everybody knows it. If anybody could have saved me it would have been you. Everything has gone from me but the certainty of your goodness. I can't go on spoiling your life any longer.


 I don't think two people could have been happier than we have been...



Querido,
estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor. Tu me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todo momento todo lo que uno puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento en que sobrevino esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Cuanto te quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte... todo el mundo lo sabe. Si alguien podía salvarme, hubieras sido tu. No queda nada en mí salvo la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.


No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido.



Virginia Woolf; nota de despedida

martes, 17 de abril de 2012

8 de junio de 1977


Pero también es que me gusta escribir, a ti, de pie y aceptar ser sorprendido mientras lo hago, exactamente la situación que rechazo en bloque cuando se trata de escribir otra cosa, para otros y para publicarles. Y al mismo tiempo, sabes que no me gusta escribirte estos fragmentos miserables, estos puntitos perdidos en nuestro inmenso territorio, que apenas permiten verlo, imaginarlo incluso, que lo ocupan tan brevemente como el punto sobre la I, un solo punto para una sola I, infinitamente pequeño en un libro infinitamente grande. Pero (apenas puedo soportarlo, aguantar este pensamiento con palabras) el día en que ya no sepa hacerlo, cuando ya no me dejes poner los puntos sobre mis íes, el cielo se me caerá encima y la caída no tendrá fin, me extenderé en el otro sentido

La Tarjeta Postal. De Freud a Lacan y más allá
1986

Jacques Derridá

viernes, 23 de marzo de 2012

Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde


Tengo un rostro destruido
Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al trasponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido.


Marguerite Duras
El amante



miércoles, 1 de febrero de 2012


Todo lo vivido tiene un extraño y terrible sabor, como de agua salobre: 
muerte y vida mezclados.

Libro de los amigos,
Hugo von Hofmannsthal

domingo, 8 de enero de 2012

Y se quedarán los pájaros cantando



El Viaje Definitivo

...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando; 

y se quedará mi huerto con su verde árbol, 
y con su pozo blanco. 

Todas las tardes el cielo será azul y plácido; 
y tocarán, como esta tarde están tocando, 
las campanas del campanario. 

Se morirán aquellos que me amaron; 
y el pueblo se hará nuevo cada año; 
y en el rincón de aquel mi huerto florido y encalado, 
mi espíritu errará, nostálgico... 

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol 
verde, sin pozo blanco, 
sin cielo azul y plácido... 
Y se quedarán los pájaros cantando. 



Juan Ramón Jiménez
Poemas agrestes (1910-1911)