miércoles, 13 de enero de 2010

Para llamarme a mí misma

"Esta es mi cara", dijo Rhoda, "en el espejo, tras el hombro de Susan, esta cara es mi cara" Pero me replegaré detrás de Susan, para ocultarla, ya que yo no estoy aquí. No tengo cara. Los demás tienen cara. Susan y Jinny tienen cara. Están aquí. Su mundo es el mundo real. Las cosas que levantan son cosas que pesan. Dicen "sí", dicen "no". Pero yo oscilo y cambio, y en menos de un segundo devengo transparente. Cuando se cruzan con una criada, la criada les mira sin reírse. Pero se ríe de mí. Ellas saben lo que han de decir, cuando alguien les habla. Se ríen de veras, se enojan de veras, en tanto que yo he de mirar primero a mi alrededor, y hacer lo que los demás hacen, cuando ya lo han hecho.
(…)  Y yo sólo estoy vinculada a los nombres y a las caras. Atesoro unos y otras como amuletos que me protejan de un desastre. En la salida, elijo un rostro lejano, y apenas puedo tomar el té cuando ésa, cuyo nombre ignoro, está sentada frente a mí. Me atraganto. La violencia de mis emociones estremece mi cuerpo. Imagino que esas gantes sin nombre, esas gentes inmaculadas, me vigilan ocultas detrás de arbustos. (...) Por esto odio los espejos que revelan mi verdadero rostro. Sola, a menudo me sumo en la nada. He de mover los pies con gran cautela, para no rebosar los límites del mundo y caer en la nada. He de golpear con la mano una dura puerta, para llamarme a mí misma a fin de que vuelva a entrar en el cuerpo.

Virginia Woolf
Las Olas.
1931

sábado, 2 de enero de 2010

Carta a una señorita en París

... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.
Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevan a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas,  porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a su mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando se me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.
 Julio Cortázar
Bestiario.

Carta a una señorita en París.
1951